Small man (Hombre humilde)

A las siete de la mañana, tras sortear un camión atascado en el barro, ya estábamos en la misión de Futrú-Nkwen para participar en la misa de la comunidad. La iglesia, con más de mil personas, llena hasta la bandera. Romeo ha celebrado y me ha encantado la predicación, sobre la parábola del buen samaritano. Resumo la idea principal: Dios tiene un nuevo nombre. Dios se llama “mi vecino”. No podemos amar a Dios y desentendernos de los que nos rodean. Como curiosidad, en el ofertorio ha habido una bendición especial de los hombres que hoy entraban en la CMA (Asociación de Hombres Católicos). Muchos hermanos a los que quiero…

Después de la comunión, Romeo nos ha dado la bienvenida y me ha presentado como el primer párroco de esta parroquia de San Miguel que inauguramos en 1989. Ha dicho a todos que hemos venido ahora como familia para visitar la parroquia y echar una mano y me ha dado el micrófono para hablar a la gente. Ante mí había muchos niños y jóvenes y gente nueva que no me conocían, pero también cientos de hermanos y hermanos con los que yo trabajé y crecí. Y les he dicho en pidgin, más o menos, estas palabras:

“Njwela! A ba la? (En Nkwen: Buenos días. ¿Cómo estáis?,)
Estoy viviendo un sueño, un sueño que se ha ido gestando a lo largo de los años: un día, volveré con mi familia a Nkwen. Hoy estoy aquí con vosotros y no puedo expresar con palabras lo que siento. No he escrito nada en ningún papel; dejaré, mas bien, que brote de mi interior lo que ahora quiero deciros.
Lo primero de todo quiero deciros “gracias” por todo lo que significáis en mi vida, en mi historia. Cada domingo, después de la consagración, cierro los ojos y mi alma vuela, como una paloma, hasta llegar a esta iglesia de San Miguel.
Me fui de aquí hace 17 años como un “big man” (hombre importante), como párroco de esta misión, y vuelvo hoy como un simple cristiano, a sentarme en un banco con vosotros. Sé que para muchos es difícil de entenderlo, y os debo una explicación, algo que no pude daros cuando marché. Permitidme que lo haga ahora con el permiso del P. Romeo, que me ha dado la palabra.
Durante varios años busqué cuál era el camino que Dios quería para mí. Me sentía feliz como sacerdote y religioso, pero no podía acallar algo dentro de mi corazón que me pedía poder llegar a tener mi propia familia. Con mis hermanos de comunidad, Ángel, Fernando y Domingo, fui discerniendo ese camino. Al final, pedí a mis superiores estar en una situación de libertad para poder decidir en conciencia. Así lo comuniqué al arzobispo de Bamenda, Paul Verdzekov, que me entendió y me ayudó con sus palabras y su oración. Él me pidió que saliera de aquí en silencio, sin dar otra explicación que ésta: he recibido una nueva misión y debo partir. Al llegar a España, poco a poco, fui tomando la decisión de rehacer mi vida, comenzar una relación con Susana –a quien había conocido aquí, como voluntaria, cuando yo ya había decidido salir–, pedir la dispensa para poder casarme y formar esta familia que viene hoy a visitaros.
A quienes sufristeis al ver en mí este cambio os digo hoy “ashia” (en pidgin, “lo siento”, “me compadezco de ti”, “empatizo contigo”). A todos os digo: hemos de seguir a Jesús siempre, a pesar de nuestros traspiés y dificultades. Hay un lugar para todos en la mesa de Jesús. Cada uno ha de encontrar su puesto y su camino.

En lo que a mí respecta, si no puedo celebrar la misa como antes, cantaré en uno de los bancos. Si no puedo predicar a la asamblea, daré ejemplo a mis hijos. Si no puedo construir una iglesia, cogeré la escoba y la barreré. Pero no dejaré de servir al Señor, que me ha salvado. Él (y aquí he mirado a la gran cruz que estaba detrás de mío y me he emocionado) ha dado su vida por mí; lo seguiré y lo serviré en cualquier forma que Él me indique. Como Zaqueo, como María Magdalena, como Tomás, yo he sentido que Él me ama, y le responderé con amor.
Por eso estoy aquí ante vosotros con mi familia como un “small man”, como un hombre sencillo, como un cristiano de a pie, como esposo de Susana, como padre de Pablo, Daniel y Sara, para deciros: gracias por vuestro amor y por todo lo que me enseñasteis durante los nueve años en los que viví entre vosotros. Queremos que nuestros hijos también aprendan de los vuestros los valores y la fe sencilla que nosotros descubrimos aquí. Aquí estamos, hemos venido a visitaros como vuestra familia de España. Miya wo! (Gracias, en Nkwen)”.

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3 comentarios

  1. Miya wo! Fantático Juan, me uno a tu alegría, felicidades, deja que fluya…

  2. superfantáStico,!

  3. rosa y miguel angel

    Hemos leido tus palabras a la asamblea y todos nos hemos emocionado. Bien por el small man. Besitos de todos

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