Estados Unidos fue el primer país donde, hace tres décadas, comenzaron las denuncias por abusos sexuales cometidos por algunos clérigos católicos. La película Spotlight, ganadora recientemente de 2 óscar, entre ellos el de mejor película, ensalza el trabajo de varios periodistas por revelar varios delitos de pedofilia que, entre otras cosas, motivaron la caída del entonces arzobispo de Boston, el Cardenal Bernard Law, por encubrimiento.
¿Qué sabemos de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes en la Iglesia Católica española? Apenas nada, solo lo que algunos medios de comunicación airean de vez en cuando, no sin cierto sesgo sensacionalista en muchos casos. De allí que la reciente publicación del libro Víctimas de la Iglesia: relato de un camino de sanación, sea una buena noticia.
El núcleo del libro es el testimonio anónimo, en primera persona, de una mujer que en su juventud sufrió los abusos de un sacerdote que tenía sobre ella una gran influencia: su director espiritual. Este relato viene precedido de la reflexión de José Luis Segovia Bernabé, sacerdote que acompañó a la víctima en su proceso de sanación espiritual, y va seguido de las consideraciones de Javier Barbero Gutiérrez, psicólogo clínico que la ayudó a recuperar su vida.
Quien busque un relato minucioso de los abusos, que se olvide de este libro. El testimonio es parco en dar detalles morbosos y pródigo en enumerar las consecuencias que estos abusos tuvieron en la vida de la víctima y las dolorosas etapas por las que tuvo que pasar hasta recibir el regalo de su encuentro con José Luis Segovia y Javier Barbero.
El punto fuerte del libro es el proceso de sanación de la víctima, tanto desde su dimensión psicológica como espiritual. Las conclusiones que se sacan de su lectura pueden extrapolarse a muchos casos de abusos similares, ocurridos tanto en el seno de la Iglesia como en otros ámbitos (educativos, deportivos, militares, familiares…). Javier Barbero señala que, para empezar, hay tener tener en cuenta que esta situación es, ante todo, un abuso de poder por parte del maltratador, que es una figura de autoridad moral ante la víctima. El conflicto emocional que esto genera lleva a quien sufre este maltrato a vivir una doble vida: la de una estudiante y profesional, por un lado, y la de una víctima. La relación con su propio cuerpo queda muy dañada, incluyendo procesos psicosomáticos y problemas con la comida. El silencio institucional también le afecta gravemente al no sentirse escuchada o al ver que su testimonio es banalizado. El vínculo con el maltratador exige una total revisión, pues suele ser inadecuado o patológico. Es preciso dejar claro a la víctima que ella no es responsable de lo que ha ocurrido; su responsabilidad está, más bien, en tratarse bien a sí misma y vivir sin ambivalencias. Para ello es preciso entender la dinámica del abuso, el mecanismo de la rueda del maltrato que ha permitido que esto ocurriera y le ocurriera a ella precisamente. Finalmente, necesitará estrategias, claves de manejo para salir del círculo vicioso, entrar en una dinámica de perdón, romper el silencio, reabrirse a nuevos vínculos positivos y comenzar una nueva relación consigo misma.
Si algo resplandece con especial luz en esta historia es el amor al Señor y a la Iglesia que, a pesar de todo, vive su protagonista, una fe que le ayudó mucho en este camino de liberación. De este amor surge la valentía para dar testimonio sin rencor ni deseo de venganza pero sí con deseo de verdad, solo para ayudar a otros a confiar en la posibilidad de salir de este infierno de remordimiento y autoinculpación y reclamar una vida propia. Echamos en falta, no obstante, algún dato más sobre qué hicieron los superiores de este sacerdote tras conocer la denuncia de esta conducta. ¿Hubo algún proceso de conversión por su parte? ¿Fue capaz de llegar a pedir perdón?