Las imágenes de la masacre de Melilla son terribles, sobrecogedoras, repugnantes: decenas de pobres inmigrantes muertos y heridos por un uso absolutamente desproporcionado de la violencia.
La política traicionera del Gobierno español, que se rinde a los intereses del sátrapa marroquí y es capaz de sacrificar al pueblo saharaui en pro de una frontera blindada, está trayendo todo tipo de males: el vergonzoso abandono del heroico pueblo saharaui, la incertidumbre sobre el abastecimiento futuro del gas argelino, el incremento del poder antidemocrático de la monarquía alauita, la inseguridad permanente de los territorios españoles en África… y ahora, la muerte de decenas de inocentes que, tras salvar mil obstáculos y sufrir otros tantos vejámenes hasta llegar a Nador, han encontrado su fin en la valla de Melilla.
Para algunos son fichas en el gran tablero geopolítico de la “frontera sur”, pero en realidad son seres humanos, hermanos nuestros, hijos del mismo Padre.
Me uno a la firme condena de estos hechos por parte de tantas oenegés y asociaciones que han documentado esta atrocidad, y también al sordo dolor de tantas familias que no tienen ni poder ni voz para protestar. Junto con tanta gente que nos manifestamos estos días, grito al gobierno español y al marroquí: “¡No en mi nombre!“
Ante las políticas migratorias de la U.E, claramente discriminatorias, y la violencia que generan, que van en contra de los Derechos Humanos más elementales, las palabras del Papa Francisco resumen perfectamente aquello en lo que creo:
“…nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona. Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar”. (Fratelli tutti. 129)