Pregón de la Semana Santa 2023 – Parroquia de Sariñena
Queridos hermanos y hermanas de Sariñena, queridos amigos, querido Joheman García Fuentes, nuevo párroco de nuestra comunidad cristiana:
Agradezco de corazón a la Cofradía de la Sangre de Cristo de Sariñena que me haya dado el honor de poder abrir esta Semana Santa en esta iglesia tan especial para mí, donde me encontré con Jesús siendo un niño, donde recibí la Primera Comunión de manos de Mosén Vicente, donde fui monaguillo, donde celebré mi primera misa, donde está el corazón de mi querido pueblo.
Comienzo este pregón pidiendo al Espíritu Santo que mueva mi corazón y mis labios para que estas sencillas palabras no sean vacías.
Hay demasiados mensajes en nuestras vidas, demasiadas pantallas, mucho ruido lleno de patrañas, falacias, idioteces y tonterías. Ya casi no nos escuchamos y, cuando lo hacemos, muchos usan la doble velocidad del wasap para “consumir” cuanto antes el nuevo mensaje de audio, sin prestarle atención del todo.
La Semana Santa, por el contrario, es tiempo de escucha, tiempo de silencio, tiempo de mirarnos por dentro, tiempo de contemplar a Jesús.
Podría parecer paradójico que, en este tiempo de silencio, promocionemos las procesiones y los tambores. Parece que añaden más ruido, más barullo, más mensaje sin sentido a tanta invasión de nuestra intimidad como supone hoy en día los medios de comunicación con sus mil canales y las redes sociales virtuales.
Pero el silencio no es necesariamente la ausencia de ruido externo. El silencio nace del corazón, de lo más íntimo de la persona. Uno puede hacer silencio mientras hace la comida, mientras se ducha, mientras va en el tranvía o camina por la calle. El silencio es la respiración del alma, lo que nos permite conectar con nosotros mismos, con lo más íntimo de nuestro ser. Allí escuchamos nuestros cansancios y miedos, nuestros sueños, nuestras asignaturas pendientes, nuestros anhelos más profundos. Solo en silencio interior nos enteramos de veras de lo que pasa a nuestro alrededor, prestamos atención a lo importante, discernimos la tenue voz del Espíritu.
Muchas veces, nos da miedo escuchar esas voces internas que nos hablan de nuestra fragilidad y de nuestra sed de vida auténtica. Por ello es fácil buscar sustitutos: la música permanente, los auriculares como una prenda obligada de uso diario, la radio y la televisión que no se apagan, la búsqueda compulsiva de estar con otros en la barra del bar hablando del próximo partido de fútbol, de la política o de la vida de los demás… De allí la enorme importancia de tener oasis de silencio, como puede ser recuperar la vida religiosa en el monasterio de Sijena o dejar abierta la puerta de nuestra preciosa iglesia, como quiere hacer nuestro párroco y podríamos conseguir con la colaboración de todos.
Jesús nos invita al silencio como una disciplina espiritual básica: “Mas tú, cuando ores, entra en tu cuarto, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. No puede haber crecimiento espiritual sin silencio. Y quizá esa debería ser la disciplina especial de estos momentos en la Cuaresma. Así lo recomiendan algunos obispos de otros países: dejémonos ya de comer o no comer carne, que es algo medieval, y hagamos silencio, apaguemos el televisor, démonos tiempo para orar y meditar, para entrar en lo profundo de nuestro cuarto interior.
A la vez, Jesús, que vivía en un gran silencio interior, abierto a la voz del Espíritu, es capaz de “escuchar”, en medio del gentío y del barullo, lo que pasa en Él y en los demás. Lo vemos, por ejemplo, cuando “se fija” en Zaqueo que está en el árbol abierto a un cambio radical en su vida. Lo vemos cuando “siente” que una fuerza especial ha salido de él por la fe de la mujer que sufría flujos de sangre. Lo vemos cuando “mira” a sus discípulos, a los fariseos, a las mujeres… y conoce sus corazones de un vistazo.
El silencio de Semana Santa no es un silencio estéril, de cementerio, fruto del miedo que tapa las bocas ante la opresión; es un silencio fecundo, lleno de vida, para amar, creer y esperar.
La Semana Santa nos invita al silencio para amar y contemplar el gran misterio de nuestra salvación a través de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Y quizá allí es donde entendemos los tambores que, en muchos pueblos de España, nos llaman a callar de todo lo demás, a prestar atención, a entrar en sintonía con esas ondas de sonido graves que nos conmocionan. Machacones, profundos, nos conmueven hasta las entrañas ordenando «¡silencio!». Jesús, nuestro gran Amor, nos lava los pies, nos llama «amigos», nos da su vida entera en la Eucaristía de la Última Cena, derrama por nosotros su sangre en la cruz… y estalla lleno de vida la mañana de la Resurrección. Como aprendí de niño en esta iglesia, con nuestras voces, nuestros tambores y trompetas, «Cantemos al Amor de los Amores…». Y preguntémonos cada uno de nosotros cómo crecer personalmente en ese gran Amor, lo único importante.
Semana Santa es también una invitación al silencio para creer y confiar: «Jesús callaba…», dice el relato de su encuentro con Pilatos. Hay tiempo para hablar y tiempo para callar. Dice Jesús en la entrada triunfal a Jerusalén: “Si estos callan, gritarán las piedras”. No podemos callarnos ante la injusticia, ante la opresión, ante la guerra… Tampoco cuando nuestro corazón rebosa de alegría, de alabanza de buenas nuevas. A la vez, no todo lo que queremos en la vida lo vamos a conseguir a base de hablar, de pregonar, de gritar… Hay asuntos que quedan totalmente en las manos de Dios: presos condenados injustamente que no pueden mostrar su inocencia por más que chillen o pataleen; mujeres que están viviendo la guerra en Ucrania o en Congo que no tienen voz ni voto en el tsunami que arrasa ahora mismo sus vidas; madres y padres que no encuentran palabras para expresar el dolor ante un niño muerto prematuramente. Jesús callaba… Jesús confiaba con toda su alma en que la última palabra sobre su vida y sobre la Historia del Mundo la tenía el Padre.
Semana Santa es una invitación, finalmente, a un silencio para esperar: la mañana del sábado acompañamos a María, la mujer silenciosa, en la Gran Espera. Como he tenido el privilegio de comprobar en mi vida, con hermanos y hermanas de tres continentes, la esperanza es la gran virtud de los pobres, los que nada tienen, los que han sido despojados de dignidad, de comida, de salud, de amor… En muchos lugares no pueden confiar ni en las fuerzas de seguridad, ni en los jueces, ni en la Seguridad Social, ni en los políticos… Confían en el poder del Amor del Padre, que escuchará finalmente sus plegarias. Lo cual no es pasividad, sino espera activa, confiada, fecunda: «a Dios rogando, y con el mazo dando». Un silencio esperanzado como cantaba Labordeta, “también será posible que esa hermosa mañana, ni tú, ni yo, ni el otro, la lleguemos a ver; pero habrá que forzarla para que pueda ser”.
Esperemos esa hermosa mañana arrancando esta Semana Santa como discípulos de Jesús, dispuestos a llevar nuestra propia cruz con amor, confianza y esperanza desde el silencio de nuestro corazón.