¿Cuántos inocentes?

Uno de los pasajes más conmovedores del Génesis es el que relata el diálogo entre Abraham y Dios, cuando este anuncia la destrucción de Sodoma y Gomorra. Abraham, apelando a la justicia divina, se atreve a interceder por los inocentes: «¿Vas a destruir a los inocentes junto con los culpables?… Tú, que eres el Juez supremo de todo el mundo, ¿no harás justicia?» (Gn 18,16-33).

Dios accede a escuchar. Si encuentra cincuenta justos, perdonará a todos. Abraham insiste: ¿y si fueran cuarenta? ¿treinta? ¿diez? Dios acepta, uno a uno, los términos del regateo. Abraham no se atreve a seguir, pero deja sembrada una verdad incuestionable: la vida de un inocente importa.

Hoy Gaza arde. Como Sodoma, está siendo arrasada. Pero no por un juicio divino, sino por una ofensiva militar implacable y sostenida, ejecutada por el Estado de Israel con el beneplácito —o la tibia indiferencia— de gran parte de la comunidad internacional. ¿Cuántos inocentes deben morir en Gaza para que alguien, desde las altas esferas del poder occidental, diga «basta»?

No estamos ante una operación quirúrgica ni una defensa legítima con criterios proporcionales. Estamos, cada vez más, frente a un castigo colectivo, una violencia desproporcionada que está dejando miles de muertos, la mayoría civiles, muchos de ellos niños. Las imágenes son inapelables, y el silencio cómplice, insoportable.

El gobierno de Israel justifica sus acciones con el discurso de la seguridad y la autodefensa ante los atentados de Hamás, amparado en una narrativa histórica, religiosa y política que olvida la injusta ocupación sionista del territorio palestino en 1948, madre de todas las violencias posteriores. Pero ¿qué interpretación del Dios bíblico puede justificar este horror? ¿Dónde quedó aquel Dios al que Abraham interpeló y que supo escuchar, mostrar clemencia, plantearse el detener la mano destructora?

La paradoja es grotesca: quienes reivindican una tradición espiritual milenaria ignoran precisamente el núcleo ético de esa tradición. El Dios de Abraham no era solo juez, era también compasión. El Dios del Israel actual, manipulado por el discurso teocrático y nacionalista, se ha convertido en coartada para la devastación.

¿Qué decir de los países árabes, sobre todo de las más ricos, incapaces de intervenir a pesar de su influencia? ¿Por qué callan? ¿Qué oscuros intereses económicos mantienen maniatados a los sátrapas que los gobiernan cuyo único Dios verdadero es el Dinero? ¿Cómo es que no escuchan la voz de sus hermanos palestinos?

Y mientras tanto, Europa calla. O peor: habla en círculos, emite comunicados ambiguos, y se niega a adoptar medidas firmes. A Rusia, tras la invasión de Ucrania, se la expulsó de eventos deportivos, culturales, se rompieron lazos económicos. Con Israel, ni eso. ¿Tan selectiva es nuestra ética? ¿Tan poco valen las vidas en Gaza?

Las iniciativas ciudadanas se multiplican. Campañas para romper el tratado de asociación con Israel, peticiones de boicot a sus productos, llamados a que artistas y deportistas se nieguen a compartir escenario con representantes del Estado israelí. Pero todo avanza a un ritmo tan lento, tan burocrático, que probablemente cuando llegue a destino ya no quede Gaza que rescatar.

Es hora de actuar. Por dignidad. Por humanidad. Por coherencia histórica. Europa no puede seguir condenando con una mano y vendiendo armas con la otra. No puede seguir hablando de derechos humanos mientras financia, respalda o mira hacia otro lado frente a un crimen que se comete día a día en tiempo real.

¿Cuántos inocentes más? ¿Cuántos cuerpos de niños muertos de hambre o sepultados bajo los escombros hacen falta para que una decisión política tenga el coraje de llamarle a esto por su nombre: genocidio?

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Ecos en los medios:
Religión Digital: Gaza arde. Israel justifica. Europa calla… o peor

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