Julia va sumiéndose en las tinieblas del olvido, la desmemoria, y la falta de recuerdos. Poco a poco ha ido olvidándose del día a día y ahora tiene que estar acompañada por cuidadoras las 24 horas. Pero se acuerda de quién soy yo, y del cariño y la amistad que compartimos desde hace tres décadas, y eso nos basta para celebrar nuestro reencuentro tras diez años.
De su escaso baúl de recuerdos, Julita me saca una frasecita que compartimos cuando ella se quedaba sin mí y yo sin ella, justo cuando me enviaron de Brooklyn a Camerún y ninguno de los dos entendíamos muy bien el porqué. Es una frase que me enseñó mi hermano José Antonio Gimeno: “Si no puedes cantar, pía”.
Sí, hay momentos en la vida que no nos da para más, ni para cantar ni para estar alegres. Pero, cuando nos ponemos a los pies del Señor, apabullados, abatidos, confundidos, con una gran sensación de soledad,… si no nos sale la alabanza y la acción de gracias, al menos podemos piar. Como los pájaros heridos o ateridos de frío tras la tormeta. Como los pobres, los anawim, apaleados por los golpes de la vida, la injusticia y la opresión, pero que siguen piando desde el corazón como una señal de rebeldía y de subversión. El piar de los pobres puede tumbar faraones, dinamitar las losas de los sepulcros, hacer nacer el sol.