Carta abierta a un amigo catalán

130101_5342_JYSEn estos momentos en que el futuro de Cataluña está siendo decidido en unas elecciones trascendentales, quiero escribirte con el corazón en la mano.

Me siento aragonés, pero también tengo una chispa de Cataluña en mis venas: mi abuelo era de Barcelona y mi madre nació en L’Estartit. Una parte de mi familia vive en Cataluña.

Desde niño aprendí en mi pueblo de Monegros a mirar con respeto a tantos catalanes que venían cada fin de semana de invierno a cazar: collas de Vich y de Barcelona formadas tanto por catalanes de pura cepa como gentes venidas de otras partes de España. La lengua catalana era para nosotros querida y respetada y nos sentíamos formando parte de un gran país cuya diversidad era un regalo. Cuando llegó la democracia, lo mismo vibrábamos con una canción de Labordeta que con un canto de Lluis Llach.

Pero, en estas últimas décadas, nos hemos ido distanciando. Con algunos de mis sobrinos es difícil hablar sobre España. El nacionalismo catalán se ha empleado tan intensamente a nivel educativo en erradicar la idea de un proyecto común compartido que es muy difícil suscitar una emoción, un afecto, lo que forma realmente un Pueblo. Y es que de sentimientos estamos hablando. La nacionalidad no es solo un dato identificativo, sino una forma de sentirse en el mundo, una de las formas primordiales de definirnos entre las muchas identidades que todos tenemos. De allí que, cuando en estos últimos años se han desatado las iras de un nacionalismo exacerbado ante la crisis económica que atravesamos juntos, cuando algunos han aprovechado esta coyuntura para abrir la caja de pandora del separatismo, sea tan difícil ponernos a razonar sobre costes económicos o las mentiras que hay en algunas afirmaciones supuestamente históricas con las que se ha intentado sustentar los agravios y la actual identidad catalana.

Fruto de ese relato machacón es el hecho de que muchos catalanes de hoy se sientan añorando Cataluña aun cuando vivan en ella. Es como una morriña gallega enfermiza que no se aplaca volviendo al terruño, porque esa patria idealizada no existe más que en los libros y las cátedras universitarias subvencionadas por el separatismo.

No concibo España sin Cataluña; y no puedo concebir Cataluña sin España o sin la antigua Corona de Aragón. No puedo entender España sin sus pueblos, sin su rica diversidad, sin su alma común forjada en la larga lucha compartida, en la búsqueda secular de la libertad y la justicia, en una cultura variada que nos enriquece a todos. Tampoco concibo un mundo en el que lo que necesitemos sean más fronteras, más barreras, más divisiones.

Entiendo muchas de las fricciones que han generado la situación actual, como la defensa de la lengua catalana. Por eso me ha dolido siempre este problema, pero desde un punto de vista diametralmente opuesto. Creo de corazón que todas las lenguas españolas deberían ser potenciadas y amadas; pero no lo serán mientras sigan siendo rehenes de los nacionalistas. La lengua catalana (o la vasca) no es de los que se sienten catalanes; es una herencia cultural de toda España y de la gran familia humana. Mientras se arroje a los demás como un arma, no será amada ni engrandecida. Podría haber sido aprendida en las últimas décadas por muchos estudiantes de ESO de toda España como optativa (en Aragón, como alternativa al francés) pero se identifica tanto con el separatismo que, hoy por hoy, no tendría mercado aún a sabiendas de que bastantes acabarán estudiando o trabajando en Barcelona.

No puedo entrar en aspectos económicos porque muchos han expuesto ya la poca solidez del “España nos roba”. Donde sí abundaré es en mi convicción de que Cataluña puede dar a España mucho más. Todos ganaríamos si los catalanes se ofrecieran de veras a pilotar o a remar en la nave del Estado. Y podría perfectamente ser así, pero no mientras se siga con la cansina amenaza de querer irse, de estar y no estar, de participar solo si así se asegura el beneficio propio.

Es posible que algunos “españoles” (esa palabra-amalgama que los separatistas utilizan y que agrupa igual a un minero de Teruel, un arrocero de Amposta, un taxista de Madrid y un camarero de Triana) tengan sentimientos contrarios a “lo catalán”, pero ni son la mayoría ni debería ser razón para pensar que no podemos dialogar con igualdad y en la búsqueda del bien “común”, el de todos los ciudadanos españoles, incluida Cataluña entera. Eso será, así lo espero, lo que deberemos plantearnos a partir de la semana que viene.

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4 comentarios

  1. Elena Fernández de la Vega

    Me ha encantado el contenido de esta carta abierta. Mi abuela también era catalana y en Barbastro tenemos, por cercanía, mucha relación con Cataluña. Los apreciamos y estamos sufriendo con ellos. Por eso hemos compuesto y grabado esta canción. Espero que les guste. Un abrazo.
    https://www.youtube.com/watch?v=DBhmbarUiBM

  2. ¡Cuanta razón! Pero esta pataleta de Cataluña empieza a cansar al resto de España.
    Dejo una pregunta: si Cataluña se independiza de España, ¿quién va a reponer lo robado a España por Pujol, Mas y compañía?

  3. Pingback: ¿Qué haría Jesús hoy en Cataluña? – al cierzo

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