He tenido el honor de hacer el pequeño discurso de las familias en la ceremonia de Graduación de los alumnos y alumnas del Bachillerato Escuelas Pías Montal-Calasanz de Zaragoza, en el que ha estudiado mi hija. He aquí mis palabras:
Queridas madres y padres escolapios, querido Claustro de Profesores; queridas familias; queridos chicos y chicas que os graduáis en esta tarde memorable:
Me cabe el honor de representar a vuestros padres y madres en esta tribuna. Y, en su nombre, quiero empezar dando las gracias a los profesores del Bachillerato Escuelas Pías Montal-Calasanz por todo lo que han hecho en estos dos largos y complicados años. Entrasteis aquí cuando la pandemia aún daba sus últimos coletazos y todos somos muy conscientes de las dificultades que se han encontrado vuestros profesores en estos dos cursos para, por un lado, acabar la materia, y por otro levantar el nivel académico que había quedado muy tocado durante casi tres años de confinamientos, clases divididas, videoconferencias y exámenes virtuales.
Pero, más aún, queremos daros las gracias por haber cuidado a nuestros hijos e hijas. Todos sabemos que esta pandemia ha dejado a mucha gente joven tocada, deprimida, desalentada, confusa. No hemos sido la excepción en esta santa casa; nadie se ha librado de ella. El problema de mantener la salud mental ha sido un reto especial para el que no estabais, como el resto de nosotros, especialmente preparados, y os habéis enfrentado a él con un especial cuidado y generosidad. Algunos de nuestros hijos e hijas no estarían hoy aquí, celebrando este triunfo, sin vuestro amor y vuestra entrega. Gracias, de corazón.
Sois maestros y maestras de las Escuelas Pías y nunca podremos estar suficientemente agradecidos de contar con este Bachillerato y con los colegios de escolapias y escolapios que nos han ayudado en la tarea de la educación desde que nuestros hijos tenían tres años. Habéis sabido conjugar la Piedad y las Letras, la Ciencia y la Fe, la razón y el corazón, el cuerpo y el alma. Por ello os confiamos un día a nuestros hijos e hijas y no hemos quedado defraudados.
También queremos daros las gracias a vosotros, nuestros queridísimos chicos y chicas. Sois lo mejor de nuestras vidas, la alegría que nos despierta cada mañana. Aunque a veces nos impacientemos o nos enfademos con vosotros, nada sería igual en nuestros hogares sin vuestras risas, vuestras preguntas, vuestros silencios y los retos a los que nos sometéis.
Os felicitamos por vuestro esfuerzo, vuestra ilusión por seguir adelante, vuestra determinación por levantaros y seguir caminando cuando habéis tropezado con alguna asignatura. Os felicitamos por vuestro compañerismo, por los comentarios que traíais a nuestras mesas, por las anécdotas de clase y del patio. Nos alegramos de veros unidos, formando parte de esta gran familia escolapia cuya identidad perdurará para siempre.
Y permitidme ahora una palabra de sabiduría.
Cuando nosotros pasamos por una experiencia parecida a esta, cuando nos graduamos del antiguo Bachillerato, del COU o del BUP, sabíamos bastante bien a donde íbamos, qué mundo nos esperaba. Había cambios, claro, pero no al ritmo que estamos sufriendo en estos momentos. Como padres y madres, os vemos zarpar hacia un futuro muy cambiante que nosotros mismo no podemos vislumbrar: la crisis climática, la inteligencia artificial, las redes sociales virtuales, la identidad digital, los movimientos migratorios, la desigualdad creciente entre pobres y ricos, un nuevo orden mundial… Ante estos retos, dejadnos que os demos al menos una brújula para la vida que a las generaciones anteriores nos ha ayudado.
Como bien sabéis, la brújula marca los cuatro puntos cardinales como en esta Iglesia de Santiago de Zaragoza: norte, sur, este y oeste.
Empiezo por el Oeste, tan importante para la Historia de España y que en esta iglesia apunta al altar mayor. El Oeste nos hizo una nación, nos unió en la aventura de romper el maleficio del “Non Plus Ultra” y nos lanzó a la mar para descubrir nuevos mundos.
Quiero que recordéis la “O” de Oeste con la palabra “OBSERVA”. Sí, observad, contemplad, abrid los ojos ante la realidad. En un mundo lleno de mentiras, fake news, fotos trucadas e identidades virtuales que, en realidad, ocultan máquinas y robots programados por algoritmos adictivos, abrid los ojos y observad. San José de Calasanz nos invitó a ser “cooperadores de la Verdad”. No os dejéis engañar por el mundo que os espera. No os dejéis seducir por sus juegos y promesas. Manteneos despiertos y alerta, centinelas de la verdad.
El Sur nos da una “S”, la de “SUEÑA”. Frente a la realidad, soñad que otro mundo es posible. No renunciéis a la utopía, a un futuro mejor para cada uno de vosotros y para la Humanidad. Cread mundos nuevos, más justos, fraternos y libres. Cuando nosotros nos graduamos, sonaba en la radio una canción de Ana Belén que decía: “Existe un país en los trópicos, donde el sol es un sol de verdad, y a la sombra de bosque exóticos, imagínate lo bien que se está…” Ese país mejor ha sido nuestra Ítaca, la isla hacia la que decidimos remar. Nosotros, creo yo, hemos mejorado un poquito el mundo, pero queda mucho por soñar.
El Este empieza por una “E”, la de “ESFUÉRZATE”, la de “EMPRENDE”. Vuestra vida no avanzará sin esfuerzo, sin lucha, sin cansancios… En ningún sitio atan los perros con longaniza. Desconfiad de los influencers y youtubers que os hacen creer que la vida es un golpe de suerte o regalo de una lotería. Solo haréis realidad vuestros sueños con sangre, sudor y lágrimas. Y si ese sueño, ese viento que hincha las velas de tu barco, no encuentra puerto donde atracar, invéntalo, créalo. Sois emprendedores, sois creadores de mundos nuevos.
Finalmente, el Norte nos da una “N”, la de “NUTRE”, de alimenta tu vida para sostener esa observación, ese sueño y ese esfuerzo. Nutre tu cuerpo, nutre tu espíritu y nutre tu alma. No todo aprovecha, no todo es bueno. De igual forma que no comerías ciertas cosas, evita prestar atención a lo que envenena tu mente y tu corazón. No consumas odio, racismo o violencia. No escuches siempre el mismo discurso, como no tampoco te alimentas todos los días de arroz. Riega tu alma con todas las músicas, todas las poesías, todos los ritmos. Y aliméntate también de la persona por la que estás aquí, en este colegio, y no en otro: Jesús de Nazareth. El es el mayor influencer de la Humanidad, el que partió la Historia en dos. Él mismo decidió hacerse pan y vino, entregarse totalmente para nutrir nuestras vidas y darnos fuerza para la lucha diaria. Él siempre estará allí, en tus alegrías y en tus penas. Él te conoce y te llama por tu nombre. Chicos y chicas: no os olvidéis de Él.
Gracias.