Yendo a Longze y Tabor nos hemos encontrado con muchos fulanis (o bororos, en pidgin), un grupo étnico del sur del Sáhara, de religión musulmana, que está extendido por varios países africanos del Sahel y que llegaron hace unas décadas a esta zona de Camerún para hacerse cargo del pastoreo de los cebúes y las vacas que algunas personas adineradas querían tener en estas montañas cubiertas de hierba.
Ha sido un regalo inesperado encontrarme con Malam Yako, que antes cuidaba las vacas del Doctor Foncha, el antiguo primer ministro del Camerún anglófono que nos dio una parte de su tierra para edificar la ermita de Tabor. Nos hemos alegrado mucho de vernos de nuevo cerca de la cruz de Longze. Bajaba con su abrigo gris y su bastón desde Bandja, la tribu que habita la montaña más arriba de Nkwen. Me ha hablado de su hija, a quien ayudé a que fuera a la escuela de Menteh. Cuando mamá vino a visitarme estuvimos en su casa y le llevó unos juguetes a sus hijos.
Siempre he admirado la absoluta sencillez de esta gente, fruto de su cultura nómada. Sus rasgos faciales, por otra parte, son muy diferentes a los de los bantúes (la mayoría de las más de 200 tribus de Camerún), así como su lengua y costumbres. Al no estar apegados a la tierra, son gente muy pacífica. Junto a ellos entendí mejor las dos grandes culturas que se mezclan en la tradición bíblica: pastores y agricultores. Malam Yako es un digno descendiente de Abrahán y de Ismael. Solíamos compartir la oración al caer de la tarde cuando se dejaba caer por Tabor. Rezábamos en silencio, cada uno llamando de forma diferente a un mismo Dios, pero sintiéndonos hermanos.