Me gusta ir a los mercados africanos, nada distintos de otros que conocí en otros países. A uno le puede agobiar la concentración de gente, las ofertas con las que apabullan al posible comprador, la mezcla de productos y de olores, la carne fresca descuartizada allí mismo, el suelo embarrado, la lluvia persistente que se cuela por las chapas del tejado,… Pero si miras a los ojos de la gente, ves hermanos y hermanas que pasan el día intentando vender su producto para poder alimentar a sus hijos y a sí mismos, muchas veces sin más pretensiones que ir tirando.
Aprovechando un largo chaparrón que nos ha pillado comprando, he pasado más de media hora charlando con Evelyne Fru, una señora de Bafut a la que los escolapios han ido confiando durante años la lista de la compra. Hemos estado echando cálculos para comparar comida y salarios. Aquí, un litro de aceite de palma, de producción local, cuesta 850 francos CFA (1,30 euros) y un litro de aceite de soja cuesta 2000 CFA, un poco más de 3 euros ó 4 dólares (lo mismo que un litro de aceite de oliva en España). Un kilo de patatas cuesta unos 60 céntimos de euro por kilo y una docena de huevos 1,20 euros, precios similares a España. Pero allí acaban las similitudes. El salario mínimo es 26.500 CFA (41 euros al mes, 55 dolares ). Un maestro de una escuela católica empieza cobrando 55 euros al mes y conforme se va especializando y adquiere antigüedad llega a cobrar 120 euros; un albañil especializado en una obra puede cobrar 250 euros… Echad cálculos y veréis lo cara que es la comida aquí para quienes no tienen dónde cultivarla. Por eso todo ribazo y todo pequeño espacio delante o detrás de la casa está sembrado. De allí, también, la importancia del Centro Nazareth y toda institución que mejore la capacidad de producir más y mejor comida.