Salgo de la tienda a las seis y media de la mañana y contemplo el amanecer junto al mar, al ladito del campin. De pronto observo a mis espaldas una cruz y las estatuas de San Pedro y San Pablo. Me dirijo a una esplanada frente a un altar y me doy de bruces con un lugar especial, lleno de paz y de luz: el santuario de Port-de-Barques, cerca de Rochefort.
De aquí parte cada año una peregrinación que rinde homenaje a los sacerdotes y religiosos deportados a los pontones de Rochefort durante el Terror Revolucionario de 1794. ¿De qué se les acusaba?: de haberse negado a prestar juramento a la Constitución Civil del Clero, ley promulgada en 1790 que los convertía en funcionarios públicos, ajenos al Papa de Roma. Miles de sacerdotes de toda Francia fueron condenados a la deportación a Guyana y Madagascar. 829 de ellos fueron encerrados en dos barcos prisión, el Washington y el Les Deux-Associés, frente a Rochefort. Pero debido al bloqueo impuesto por Inglaterra (Francia estaba entonces en guerra contra el reino al otro lado del Canal), los barcos nunca abandonaron el estuario de Charente y quedaron recluidos en una especie de campo de concentración. 547 de ellos murieron aquí de hambre, enfermedades y malos tratos infligidos por sus verdugos.
Oramos como familia en este lugar por todos los cristianos perseguidos hoy, y por todas las víctimas de cualquier represión contra la libertad religiosa en el mundo. Algún día aprenderemos a convivir con respeto fraterno unos con otros pero, mientras tanto, ¡cuánto dolor, cuántos mártires!