Han venido a visitarnos John Mulhern y su familia desde EEUU y me he ido con él a conocer a Joan Rebull i Llambrich, su gran amigo, que fue durante un tiempo sacerdote colaborador de Bryan Karvelis en la parroquia de la Transfiguración de Brooklyn. Ya entonces dejó su huella artística en la capilla de la casa de retiros de Tabor y en otras capillas de aquella comunidad cristiana.
Joan nació en L’Ametlla de Mar, Tarragona. Su padre era pescador. Se casó en los 70’s con Marinia y ha trabajado para la Generalitat de Cataluña en programas de normalización lingüística y, más tarde, en el INEM, con desempleados. Ella es maestra y, tras trabajar en varios proyectos educativos en barrios de Barcelona, terminó siendo la directora de la escuela de L’Ametlla, donde viven ahora jubilados. Ambos, muy luchadores y comprometidos por la justicia y la dignidad de la gente, han militado en causas políticas y sociales entre los que quiero destacar la lucha de los habitantes de la costa de Tarragona contra la implantación de varias centrales nucleares. Entonces escribió La protesta nuclear a Catalunya: una opció energètica contestada. Actualmente defienden el derecho de los catalanes a poder votar en un referéndum por la independencia.
Joan ha pintado mucho, de todos los temas. Desde que se jubiló ha realizado varios grandes murales para iglesias de su Diócesis de Tortosa y de la Diócesis de Castellón. Hemos ido a visitar algunas de sus últimas obras. Primero, La Santa Cena en la parroquia de San Juan Bautista de Campredó. Luego la pintura mural “Subida de la Madre de Dios a Mig Camí” de la ermita de la Madre de Dios de la Providencia en Tortosa; y, finalmente, los murales “Agua, Madre de Dios de la Aldea” y “Siega del arroz. Acción de gracias a la Madre de Dios” en la ermita de La Aldea, en el Delta del Ebro.
Su pintura muestra su fe en un Jesús cercano y su amor por su tierra y por su gente, que queda reflejado en escenas evangélicas y de religiosidad popular como las rogativas y procesiones de principio del siglo XX. Los rostros curtidos al sol de Jesús, los apóstoles y las gentes mostradas en las romerías, sacan a la luz la fisonomía y la fuerza del pueblo llano del Delta del Ebro. A mí me conmueven por su serenidad, su fe sencilla y su energía personal. Me gusta, en especial, la mano de uno de los apóstoles que, en la última cena, parece invitar al pueblo cristiano a sumarse a la mesa compartida.